MUSAS Y MOMENTOS
- Arnulfo Urrutia
- 14 feb
- 2 Min. de lectura
Simone de Beauvoir y su marido, Jean-Paul Sartre, se reunieron en La Coupole de París con el sacerdote cristiano-budista Tony de Mello, Mario Benedetti y la poetisa de Masaya, Ana Ilse Gómez. La consigna era “Prohibido prohibir”.
En la brasserie sonaba Mikis Theodorakis. Cuando Nana Mouskouri se les unió, propuso combinar lo griego y lo francés. Sin dudarlo, acto seguido, interpretó fragmentos de Plaisir d’Amour, y los presentes quedaron arrobados con su angelical voz.
Luego de un rato, el encargado de la música de fondo, retomó el control ambiental, dejando escuchar la melodía instrumental de Father and Son, de Cat Stevens. Fue entonces cuando, de pronto, apareció el poeta de Solentiname que, mientras tomaba asiento, recitó:
—Te doy estos versos, Claudia, porque tú eres su dueña. Los he escrito sencillos para que los entiendas. Son para ti solamente...
Al finalizar, de entre el humo y el vino, surgió una voz:
—Ese poema de Ernesto es el mejor ejemplo de lo que es: La insoportable levedad del ser.
Los aplausos inundaron el ambiente. Milán Kundera se puso de pie:
—Cada momento es único, irrepetible. Es ahí donde encontramos la verdadera libertad. Así que vivamos la libertad de este momento.

Simone sonrió y susurró:
—Que nada nos defina. Que nada nos sujete. Que la libertad sea nuestra propia sustancia.
Ana Ilse levantó su copa:
—Nada sobrevivirá a nuestras vidas, sino, el pequeño fuego que prendimos.
Jean-Paul exhaló el humo de su pipa:
—La verdad es que no hay verdad alguna en este mundo.
Tony de Mello, con voz pausada, concluyó:
—Solo hay una necesidad: amar. Cuando alguien lo descubre, es transformado.
— Cuando los odios andan sueltos, uno ama en defensa propia.
Añadió Benedetti, mientras apuraba su copa de vino.
De pronto, todo quedó en tinieblas. Se apagaron las luces
¿Qué tal les ha parecido? —Pregunté a los amigos con los que compartía aquel momento de bohemia y creatividad— Y añadí. “Cuando las Musas me hablaron de cada uno los personajes que ahora reuní, en ese cuento —se los aseguro, eran Musas—, fueron momentos inolvidables con cada una de ellas. Por eso, al igual que Don Pablo Neruda, me gusta repetir: Confieso que he vivido”.
—¿Pero decí con cuántas? —preguntó, por “joda”, un amigo de Managua.
—¿Cabrón, acaso no sabés que las Musas son nueve? —respondió otro de Masaya, bebiendo de un trago, el contenido de su vaso.
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