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EL MANTRA DEL OLVIDO

  • Foto del escritor: Arnulfo Urrutia
    Arnulfo Urrutia
  • 13 mar
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 25 mar

Eduardo se sentó en la banca habitual del parque a degustar su Capuchino. Del pequeño quiosco al aire libre vio llegar a Miriam, una mujer que, a pesar sus cincuenta, conservaba la frescura de los cuarenta y la intensidad de los treinta. Su blusa ligera y sin sostén, dejaba ver la firmeza de su cuerpo y la seguridad con la que lo llevaba.


—Buenas tardes, don Eduardo —saludó ella con una sonrisa cargada de intención.

—Buenas tardes, Miriam. ¿Cómo le va por la vida? —respondió él con su voz diáfana y sonora.


Ella suspiró de manera provocativa.

—No muy bien. A mi vida le falta un Adán que desee encontrar su costilla perdida, pero los hombres aquí son como un espejismo: se ven pocos, y cuando uno cree que encontró uno bueno, resulta que está casado, viudo o prefiriendo la soledad —dijo, alzando una ceja y mirándolo de reojo.


Eduardo sonrió con serenidad, sabía que las palabras de Miriam llevaban más peso del que parecían. No era solo una queja casual; era una confesión velada. Cada vez que conversaban Miriam se las ingeniaba para sacar a relucir el tema de su soledad.

—La vida tiene sus caminos, Miriam. Todo sucede en su tiempo y lugar. Y usted es una mujer bella, inteligente… el destino sabrá cuándo y cómo sorprenderla.


Ella lo miró fijamente y mordió su labio inferior con picardía.

—¿Usted cree eso, don Eduardo? ¿De verdad? Porque a veces siento que estoy casi en el ocaso de mi vida sin haber encontrado mi gran amor.


Eduardo, bebió un sorbo de su café, tomándose su tiempo para observarla. Sabía lo que ella intentaba. No era la primera vez que una mujer, más joven que él, pero con urgencia de compañía, le ponía en la encrucijada de lo prohibido.

 

—Yo solo quiero conversación, don Eduardo —dijo, inclinándose un poco más hacia él y dejando entrever su piel bajo el escote. —. Usted tiene palabras que no se encuentran en cualquier hombre. ¿Qué daño le puedo hacer por escucharme? Jamás le propondría algo indebido, aunque ganas me sobran.


—Miriam, siempre es un placer conversar con usted. Pero el viento me lleva en otra dirección. —Dijo de pronto Eduardo—





Se levantó de la mesa, tomó su sombrero, pero no pudo evitar echar la “mirada del adiós” sobre la blusa de su interlocutora.


Caminó varias cuadras sin poder olvidar aquellos pechos que le hablaban sin hablar y se habían grabado en su memoria desde tiempo atrás. Déjalos fluir… déjalos fluir… Era el mantra con el que intentaba olvidarlos, aunque sabía que algunas mareas dejan huellas imposibles de borrar."

 
 
 

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