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El peso del dinero

  • Foto del escritor: Arnulfo Urrutia
    Arnulfo Urrutia
  • 14 mar
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 18 mar

Donald estacionó su auto frente al taller mecánico y bajó con la elegancia de quien nunca ha tenido que preguntarse cuánto cuesta una reparación. Su coche hacía un ruido extraño, algo que, según investigó en Google, podría costarle desde cien hasta diez mil dólares. Fue por eso que decidió buscar un profesional en la materia.


—¿Problemas? —preguntó Guillermo, el mecánico, acercándose y limpiándose las manos con un trapo que alguna vez, en un pasado remoto, fue blanco.

—Sí, hace un sonido raro, como si alguien estuviera tocando maracas dentro del motor.

Guillermo soltó una carcajada y revisó el coche con la destreza de quien ha desarmado y vuelto a armar más motores de los que puede recordar.

—Nada grave, solo es una pieza floja. Lo arreglo en media hora.


Donald, sorprendido por la rapidez del diagnóstico, decidió esperar y, por primera vez en mucho tiempo, inició una conversación con alguien fuera de su círculo habitual.

—¿Qué tal se gana en el negocio de la mecánica?

—Ciertos días solo da para comer y otros para cubrir otros gastos de la casa. Es muy inestable, pero siempre hay clientela —explicó Guillermo sin quitar la vista del motor.


—Sabes, hace poco leí un libro que me hizo cuestionar muchas cosas: ¿Cuánto dinero es el necesario para vivir? —comentó, cruzando los brazos.

Guillermo, todavía inclinado sobre el motor, se giró con una expresión de incredulidad.

—¿En serio? Yo también lo leí… y me pareció una tontería.

Donald arqueó una ceja. Nadie en su entorno había criticado el libro; de hecho, todos lo citaban como una revelación.

—¿Por qué?

—Porque el autor nunca responde la pregunta. Se la pasa hablando de inversiones, de estabilidad financiera y de cómo asegurar una vejez digna. Pero, ¿Qué pasa con el ahora? —Guillermo se encogió de hombros—. Al final, parece más bien un manual de cómo no morirse pobre en lugar de como vivir bien.


Donald parpadeó. Nunca había pensado en eso. Durante toda su vida, había ahorrado, invertido, planeado… y sin embargo, seguía preguntándose si tenía suficiente.

—¿Y tú cuánto crees que necesitas para vivir? —preguntó, curioso.

—Tres veces más de lo que gano ahora —respondió Guillermo sin dudarlo.

—¿Y si te lo dieran mañana? —Donald lo miró con seriedad—. ¿Estarías realmente satisfecho?

Guillermo se quedó en silencio un momento antes de soltar una risa resignada.

—Probablemente seguiría queriendo más. Tal vez cuatro veces más. O cinco. Pero eso no arreglaría mis problemas principales: quiero comprar mi casa, ponerle una pequeña panadería a mi esposa y, lo más importante, que mi hijo crezca pronto, ya no aguanto tener que cambiar pañales a las tres de la mañana.


Donald río por primera vez en días. Tal vez ese era el punto. Su vida estaba llena de comodidades—una casa propia, un auto y hasta una cabaña en la playa—, pero eso no significaba que tuviera menos preocupaciones que Guillermo. Quizás solo se preocupaban por cosas distintas.

—¿Sabes qué dice el Tao Te Ching sobre el dinero? —preguntó Donald, sintiéndose extrañamente inspirado.

—No sé, pero me suena a algo que diría mi suegra cuando me ve gastando dinero en un par de cervezas —sonrió con desgano.

—Dice que quien sabe que lo suficiente es suficiente, siempre tendrá suficiente.

Guillermo abrió los ojos, perplejo ante tal respuesta, pero acostumbrado a no quedarse callado como un tonto, añadió:

—Y si no, siempre puedo hacer horas extras. —Jajajaja.


Donald no pudo evitar unirse a la celebración del chiste y pensó: "Tal vez la riqueza no está en la cuenta bancaria, sino en la capacidad de reírse de la vida y seguir adelante".


Luego de reparar el vehículo, Guillermo se sinceró con Donald y le pidió que le explicara qué era el Tao Te Ching, pues de comida china solamente conocía el Chop Suey.

Donald rio a más no poder y acordaron que luego de cerrar el taller, comerían Chop Suey en el restaurante "Chin Chiang" (Muralla China), que estaba a dos cuadras hacia el sur.


Mientras degustaban varios platos de Chop Suey, arroz frito y cerdo en salsa agridulce, Donald le habló de la historia y algunos principios esenciales de la filosofía del Tao.

—Imagino que el más importante de todos estos principios es siempre preguntar quién pagará la cuenta —dijo riéndose Guillermo.


—Fluye, no fuerces las cosas. Deja de medir la vida en términos de dinero y aprende a vivir con lo que llega, sin apegarse ni resistirse al flujo natural de los acontecimientos. Todo llega a su tiempo. —Agregó Donald, mientras llamaba al mesero y ponía sobre la mesa su tarjeta de crédito.


Guillermo sonrió y alzó su taza.

—Pues que así sea. ¡Por el Tao Te Ching y por el Chop Suey!

 
 
 

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