DE LA LUNA Y EL SOL
- Arnulfo Urrutia
- 20 ene 2024
- 1 Min. de lectura
Al abrir la puerta casi me doy de narices con ella. Estaba frente a mí. Estaba radiante y sonriente. Hermosa, muy hermosa. Su rostro era tan fresco que nadie imaginaría que amaneció fuera de casa. Eran ya las seis de la mañana y todavía paseaba oronda por su firmamento.
Se miraba tan bella que me detuve a tomarle una fotografía. —Con su permiso señora luna, no puedo dejar de hacerlo. ¡Está usted tan linda! —.
El sol celoso, dejó ver sus primeros destellos —aún rojizos como si a penas se desperezara—. Ya eran las seis y veinte y supo que la luna le estaba robando la admiración de los caminantes. Entonces “disparó” haces de luces hacia la copa del Guanacaste sobre el que estaba la señora luna, sonriendo coqueta. ¡Lo iluminó totalmente!
Ella… prudente y sabia, me dijo adiós y comenzó a alejarse poco a poco.
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